Arte y religión en el Imperio Bizantino
Aug 14, 2023La “Nueva Roma”, Constantinopla, emergió como la gran capital del Imperio romano de Oriente, y con ella los iconos cristianos.
La “Nueva Roma”, Constantinopla, emergió como la gran capital del Imperio romano de Oriente, a mitad de camino entre Oriente y Occidente. Fungió como escenario de la transformación de un Imperio regido por un monarca que se asumía divino, con su respectiva rendición de culto, como un emperador vicario de Cristo.
La génesis de esta nueva faceta del Imperio comenzó cuando el emperador Constantino (c.272-337) se convirtió a la religión cristiana, e instituyó un nuevo papel para los emperadores: apoyar abiertamente el cristianismo. El emperador asumió inicialmente dicho papel mediante la construcción de nuevas basílicas destinadas, ya no a quehaceres imperiales, sino a religiosos. Como ejemplo se tiene la construcción de la Basílica de San Pedro y la donación de la entonces ya existente basílica de Letrán en Roma, así como la iglesia de los Santos Apóstoles en Constantinopla. Al mismo tiempo, Constantino asumió, de facto, de nuevo el papel de Pontifex Maximus, pero ya no como cabeza religiosa del Estado romano, sino como primero entre los obispos cristianos en los sínodos y concilios, con la intención de definir más estrechamente la fe de la incipiente Iglesia cristiana que para el año 380 fue decretada como religión oficial por el emperador Teodosio el Grande (347-395).
Estos cambios trascendentales propiciaron un cambio de paradigma entre poder y religión e implicaron significativas consecuencias en el arte.
El Imperio romano de Oriente nació pues, con características muy distintas al establecido en Occidente, se fueron uniendo poco a poco a su tradición romana elementos de la tradición griega y juntos a la vez se fueron integrando a la nueva religión cristiana. El Imperio transitó de practicar una religión politeísta a una monoteísta con un culto distinto.
El cristianismo aportó nuevas ideas, pensamientos y maneras de vivir a los conversos: les dio la certeza que la muerte no era el final, sino que existía, en el más allá, un cielo de luz y paz, y que, para lograrlo, tenían que poner en práctica virtudes como fe, esperanza y caridad y vivir de acuerdo a la nueva doctrina junto al seguimiento de los Evangelios. La nueva fe arraigó de manera poderosa.
Anteriormente la población acostumbraba encender lámparas y quemar incienso ante sus deidades, forma en la que manifestaban su respeto. En los hogares veneraban a dioses específicos, así que, al convertirse, fueron reemplazando éstos por los iconos cristianos, que con el tiempo adquirieron una importancia nunca antes vista.
Theotokos con ángeles y lo santos Jorge y Teodoro. Ca. 600, procedente del Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí.
El arte se vio intensamente estimulado por la producción de estas imágenes, primero bajo el mecenazgo del propio Imperio y de familias adineradas, para luego serlo de la población en general.
De esta manera se genera una producción a gran escala de imágenes, sobre todo en pinturas, mosaicos y esmaltes. Son los famosos iconos que, hasta el día de hoy, siguen siendo unas de las representaciones más significativas que se asocian al arte bizantino. Estas imágenes recibieron tal difusión que llegaron a ser la máxima expresión de la fe y del poder imperial.
Una de las explicaciones del por qué los iconos alcanzaron un lugar tan preeminente fue debido a una leyenda que circulaba por la época sobre que San Lucas, el evangelista, había pintado a la Virgen y al Niño, y se creía, que las copias posteriores estaban impregnadas de un auténtico poder. Se asociaba pues el icono a las cualidades sagradas de la figura representada, es decir, daba comienzo una comunicación real con la figura reproducida, de ahí el inestimable valor de los iconos.
Icono de San Lucas pintando a la Madre de Dios con el Niño.
Los emperadores fomentaron y utilizaron el arte al servicio de su poder y de la fe. Hicieron uso oficial de estos iconos, al utilizar la imagen de Cristo junto con la imagen del emperador, ambos estampados en mosaicos, pinturas, monedas, etcétera.
Cristo Pantocrator con Constantino IX y emperatriz Zoe. Mosaico, siglo XI. Basílica de Santa Sofía, Constantinopla (Estambul).
Con lo anterior, se observa que la imagen se convirtió en vehículo de una idea o significado, en este caso la fe en Cristo, quien ayudaría a los que lo invocaran. Este nuevo arte, tenía características diferentes a las que venían prevaleciendo en todas las artes. Ya no se daría importancia a la mímesis —a imitar la naturaleza—, ni a utilizar las técnicas más avanzadas en el arte, sino que sería, como en tiempos pretéritos, conceptual. Los iconos cobraron una función nueva y diferente: la de transmitir una idea y, por parte del espectador, el proyectar su devoción hacia ellos.
Icono de la Theotokos (Madre de Dios).
Para los bizantinos, tanto artistas como espectadores, el arte dio un enorme giro donde lo fundamental era llevar a cabo una conexión entre el mundo celestial y el terrenal, entre el mundo material y el espiritual.
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Bibliografía:
- Ávila, P. (2014). Iconos. Madrid, España: Libsa.
- Gombrich, E. (2002). Arte e Ilusión. Madrid, España: Phaidon.
- Grabar, A. (2012). La Iconoclastia Bizantina. Madrid, España: Akal.
- Herrin, J. (2014). Bizancio. Barcelona, España: Debate.
- Mahíques, R. G. (2015). La Visualidad del Logos. Madrid, España: Encuentro.
- Magi, G. (2010). El Monasterio de Santa Catalina. Italia: Bonechi.
Autora:
Magda López. Licenciada en Ciencias del Arte y Gestión Cultural por la Universidad Autónoma de Aguascalientes, Maestra en Humanismo por la Universidad Panamericana Campus Bonaterra y ha cursado diversos diplomados en historia y arte.